A un ser querido

Desde el portón verde era fácil divisarlo. De pie, apoyado sobre la balaustrada, con una leve sonrisa y su pitillo en la mano (siempre con boquilla). A medida que caminabas hacia la escalinata su sonrisa iba aumentando, se incorporaba y te esperaba con los brazos abiertos, literalmente hablando.
Otras veces lo encontrabas al entrar en la cocina, en el mismo sitio, el de la izquierda, leyendo el periódico o conversando con la “niña” de sus ojos.
Sus enfados se caracterizaban por el rápido tintineo en el lóbulo de su oreja, situaciones que en muchas ocasiones terminaban en risa con la leve caricia de una de sus hijas.
Siempre iba impecable, con ese olorcito fresco que impregnaba en cada uno de sus besos. Las camisas de seda las cambiaba por bermudas cuando se trasladaba al campo…entonces podías verlo escondido entre naranjos, con su gorrito a lo inglés para que el sol no quemara más de la cuenta su ya dorada calvita.
Siempre me acompañaba a la puerta…en mi recuerdo permanecen esos paseos a solas en la corta distancia que separaba la casa del portón de entrada, esos momentos en los que el simple gesto de rodearme con su brazo me transmitía esa sensación de bienestar, esos momentos en los que me despedía con un beso en la frente y en su mirada se reflejaban siempre las mismas palabras: “Todo te irá bien”.
Sigue presente cada día…en cada rincón…en cada palabra de los suyos…en cada pensamiento…
Alguien soñó algo un buen día…desde entonces me gusta imaginarlo así, sonriendo, entre flores de azahar y aroma de limones.

Cheshire