La luz dorada del atardecer inundaba el largo pasillo que tantas veces había recorrido. Ahora, sentado en uno de los solitarios bancos, rememoraba los cuatro años de una etapa a punto de finalizar.
Siempre había tenido la extraña impresión de no haber encajado por completo en la vida universitaria...pero esa sensación había cambiado en este último curso que ya tenía las horas contadas.
Habían sido meses de duro trabajo, de incontables horas pasadas en la pequeña habitación de la segunda planta a la que, irónicamente, denominaba "mi segundo hogar"...pero también había sido un año de aprendizaje, de multitud de experiencias que guardaría en su memoria, y de más de una risa con los compañeros, algunos a los que, después de tres años, había llegado a conocer.
El año no había sido diferente solo para él, también lo era para esa serie de personas que se habían cruzado en su camino ( las casualidades no existen...todo tiene un por qué). Conseguía despertar admiración entre los que le rodeaban, no solo a nivel profesional, también en el plano personal (algo aún más complicado)...su saber estar, su diplomacia, su templanza,...reunía cualidades que en más de uno desataba envidias, pero que en la mayoría provocaba el mismo sentimiento: se hacía querer.
Tenía el don de transmitir tranquilidad con una palabra, un gesto o, simplemente, una mirada...y, para muchos, ésto había significado su tabla de salvación en momentos en los que la oscuridad lo cubría todo (por algo lo habían bautizado como La luz de la 40).
Inspiraba confianza, ese valor tan difícil de encontrar en estos tiempos...tal vez por su discreción, tal vez por esa nobleza reflectada en sus ojos...tal vez por saber escuchar.
Aún quedaba un encuentro especial para despedir esa senda iniciada años atrás, y la alegría se mezclaba con una pincelada de melancolía en su interior...sentimiento compartido, muy probablemente, con los que se encontraban a su alrededor.
La tarde comenzaba a caer, dando paso a la noche en un baile de colores...pasillo silenciado de pasos, risas y tacones...ya en la calle, La luz de la 40 subía a su coche.
Buenas noches,
Cheshire