En sus ojos se reflejaba el cansancio acumulado durante tantos años; la rutina, hiriente y castigadora, cumplía cada día su función penitenciaria; solo en contadas ocasiones le dejaba cierta libertad, siempre provisional, para volver nuevamente, como si de una cadena perpétua se tratase. La vitalidad había constituido su carta de presentación, esa hoja invisible en la que el sentido del humor y el optimismo se plasmaban sin necesidad de que nadie lo escribiese. Todos la describían con la misma palabra: fuerza...y tenían razón. Era el motor que ponía en marcha la maquinaria construída a su alrededor, y la encargada de reparar las piezas que se desmontaban de cuando en cuando, para mantener el puzzle que tanto esfuerzo le había costado acabar.
No era una niña y ella lo sabía, pero adoraba la vida, y la juventud aún no había abandonado su tez marcada por el tiempo, al igual que jamás abandonaría su alma adolescente.
Tal vez por eso dolía tanto verla tan decaída, sin ganas de enfrentarse al toro que tantas veces había cogido por los cuernos, tirando la toalla con la que siempre había capoteado tormentas y vendavales, aún cuando la arena, tibia y desgarradora, nublaba las pupilas dominadas por el miedo.
Era tan inusual verla en ese estado de ánimo, que la impotencia (maldita impotencia) hacía acto de presencia desde el quicio de la puerta...pero así somos los humanos, que no encontramos las palabras adecuadas cuando más las necesitamos... el silencio por respuesta, absurdo acto.
Comprensión, culpa, empatía...mezcla de sensaciones, recuerdos olvidados que afloran en la mente, situaciones irreales que viajan en el tiempo... el círculo regresa al punto en que se inició...no es tu vida, pero podría serlo; no es tu vida, pero lo estás viviendo; no es tu vida...pero te está doliendo.
La vida no es un camino de rosas, eso lo sabemos, ni una novela romántica, ni una película con final feliz...pero, a veces, solo anhelamos una segunda oportunidad y, quizás, ni siquiera sea para nosotros mismos.
No era una niña y ella lo sabía, pero adoraba la vida, y la juventud aún no había abandonado su tez marcada por el tiempo, al igual que jamás abandonaría su alma adolescente.
Tal vez por eso dolía tanto verla tan decaída, sin ganas de enfrentarse al toro que tantas veces había cogido por los cuernos, tirando la toalla con la que siempre había capoteado tormentas y vendavales, aún cuando la arena, tibia y desgarradora, nublaba las pupilas dominadas por el miedo.
Era tan inusual verla en ese estado de ánimo, que la impotencia (maldita impotencia) hacía acto de presencia desde el quicio de la puerta...pero así somos los humanos, que no encontramos las palabras adecuadas cuando más las necesitamos... el silencio por respuesta, absurdo acto.
Comprensión, culpa, empatía...mezcla de sensaciones, recuerdos olvidados que afloran en la mente, situaciones irreales que viajan en el tiempo... el círculo regresa al punto en que se inició...no es tu vida, pero podría serlo; no es tu vida, pero lo estás viviendo; no es tu vida...pero te está doliendo.
La vida no es un camino de rosas, eso lo sabemos, ni una novela romántica, ni una película con final feliz...pero, a veces, solo anhelamos una segunda oportunidad y, quizás, ni siquiera sea para nosotros mismos.
Cheshire
1 comentario:
Precioso. Estoy seguro de conocer la identidad de la protagonista o quizás no, quien sabe, podría ser cualquiera.
Publicar un comentario